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La noche en que la familia de Petrolina murió.
El viento ululaba como un lamento ancestral en los tejados de la vieja casona. Un incendio, una chispa traicionera en la chimenea, lo consumió todo incluyendo a sus padres, su hermano, sus recuerdos. Solo quedó ella, la niña de diez años que se había quedado dormida en la casa de una tía. A partir de ese día, Petrolina se convirtió en una sombra, en la heredera de una fortuna y un título nobiliario que ya no le pertenecían a nadie.
El fantasma de la familia, el fantasma de una vida que le fue arrebatada, se aferró a ella. Su tía la crió, la educó, le enseñó a ser la perfecta anfitriona, la mujer ideal. Pero Petrolina nunca pudo ser ella misma, pues se había convertido en un reflejo de lo que se esperaba que fuera. El peso de la familia, de su linaje, era una losa sobre sus hombros. La sociedad y su sed de chismes y escándalos, la observaba de cerca, esperando que tropezara. Pero Petrolina era un espectro, una imagen sin esencia.
Al paso de los años, Petrolina se hizo una mujer fuerte, independiente y brillante. Se licenció en Derecho, se convirtió en una abogada de prestigio y con el tiempo, en la mujer más poderosa de la ciudad. Sin embargo en su interior, el fantasma seguía ahí, inalterable. Su vida no era suya, sino el eco de una tragedia. Se casó con un hombre que la quería, tuvo hijos, pero nunca pudo amar de verdad. Su corazón era una tumba, un lugar donde el amor, la alegría, la felicidad no tenían cabida.
Al final, Petrolina murió en paz, rodeada de sus seres queridos. Pero, en el fondo, su alma ya estaba muerta. La noche en que el fantasma de Petrolina dejó de existir, el viento ululaba como un lamento ancestral en los tejados de la vieja casona. La sociedad la despidió con honores, la consideró una heroína, una mujer de leyenda. Pero nadie sabía que, debajo de la capa de grandeza, se escondía una historia de dolor, de pérdida, de una vida que le fue arrebatada.
Un fantasma viviente. Eso fue Petrolina. Una mujer que, para sobrevivir, tuvo que renunciar a su propia esencia. La sociedad con su sed de héroes y leyendas, lo aceptó, lo glorificó, sin saber que, en su interior, se escondía una tragedia, un grito silencioso.